En un rincón casi secreto de la costa gallega, donde el Atlántico ruge con fuerza contra acantilados milenarios y el ritmo de vida todavía lo marca la mar, se encuentra Muxía, uno de los pueblos más genuinos y mágicos del norte de España. Olvidado por el turismo masivo que colapsa otros destinos de costa, este enclave marinero es un tesoro por descubrir: playas de arena fina, pescado recién descargado en la lonja y una conexión profunda con la tradición gallega más auténtica.
Situado al norte de A Coruña, en plena Costa da Morte, Muxía vive de cara al mar. Sus calles huelen a salitre, sus gentes son de pocas palabras y manos curtidas, y su esencia no ha sido alterada por el paso del tiempo. En este lugar, todo gira en torno al puerto, un punto neurálgico donde conviven veleros, catamaranes y las barcas de colores de los pescadores que descargan cada mañana lo mejor del Atlántico.
El pescado que llega a la lonja de Muxía no ha recorrido kilómetros en camiones refrigerados: aquí, lo sacan del mar al amanecer y lo venden ese mismo día. No es raro encontrar rodaballos, merluzas o pulpos que aún conservan la frescura de las aguas bravas. Pero si algo distingue a este pueblo es su tradición única en Europa: los secaderos de congrio. Aún hoy, como hace siglos, se tienden los congrios al sol y al viento del Atlántico, en un arte que los vecinos se resisten a perder.

En lo alto de una colina, en el extremo norte del pueblo, se levanta el imponente Santuario da Virxe da Barca, uno de los templos más simbólicos de Galicia. Esta iglesia del siglo XVIII, construida sobre una antigua ermita del siglo XII, es punto clave del Camino de Santiago. Según la leyenda, fue aquí donde la Virgen se apareció en una barca de piedra para animar al apóstol Santiago. Hoy, las olas rompen con fuerza junto a sus muros, ofreciendo un espectáculo natural que sobrecoge.
A pocos metros, el faro de Muxía, discreto en su construcción pero con vistas imponentes, se convierte en balcón privilegiado al océano. Muy cerca se alza A Ferida, un monolito de 11 metros partido por la mitad, símbolo de la herida que dejó el desastre del Prestige en 2002 y homenaje a los miles de voluntarios que acudieron a salvar la costa.
Muxía es también sinónimo de calma. Sus playas son todavía un secreto bien guardado. Desde la Praia da Cruz, a solo unos pasos del centro del pueblo, hasta las calas salvajes de Espiñeirido y Fornelos, donde la intimidad y la conexión con la naturaleza están garantizadas. En cualquiera de ellas es fácil pasar el día sin cruzarse con un solo turista. Muxía no promete resorts ni chiringuitos con cócteles de colores. Aquí, el lujo es otro: desconectar de verdad, comer pescado recién traído del mar, pasear entre casas de piedra y acantilados, y dejarse llevar por el sonido del viento y las olas. Es un lugar para quienes buscan experiencias reales, lejos de lo prefabricado.
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